¿Y si para ser feliz tenemos que empeorar?
La psicología positiva de la que me declaro seguidora; nos invita a mejorar, a perseguir nuestros sueños; a intentar conseguir nuestras metas; a empezar a ser dueños de nuestra vida. Esto es fantástico por que mejorar en la vida repercute directamente en nuestra autoestima.
Pero he observado que esta corriente motivadora nos puede empujar a un estrés y a una insatisfacción. Mejorar no debería ser convertirnos en superwoman y superman; triunfar en la carrera profesional, mientras criamos a una familia numerosa, con tiempo para ir al gimnasio y tener largas charlas con otras superamigas o superamigos. ¡Que agotador! ahhh y olvídate de dormir tras este día tan largo y productivo porque tu vida amorosa te reclama noches de pasión vino y rosas ¡casi todas las noches!
En terapia he observado que este afán de superación, cala tan hondo en algunas personas, que se sienten eternamente agotadas e insatisfechas.
¿Cómo saber cuándo me he pasado de rosca? Pequeños ejemplos del día a día que pueden ser indicativos. Sentirse culpable por echarse una siesta reparadora por que la casa está desordenada. No recordar el último día que lloraste de risa con los compañeros en tu trabajo. No permitirse poner una excusa para librarte de una reunión que no te apetece. Evitar a toda costa pedir ayuda en tus tareas diarias a amigos y familiares. Leer esta lista y pensar que esto no se debería hacer nunca.
Estos pequeños ejemplos hay que meterlos en su contexto; algunas personas abusan de ello y otras levan años sin consentirse el más mínimo resbalón en la carrera hacia la perfección. En el término medio esta la virtud. Piensa como un niño, tan malo es darle todo lo que quiere como negarle todo lo que pide. Tenemos que aprender a mimarnos; a levantar el pie del acelerador.
Tratar de tenerlo todo puede hacer que no disfrutemos de nada.
¿Y si dejas algo para mañana?
¿Quieres que te ayude?